jueves, 21 de marzo de 2013

Bienvenida

Tengo dos gatos. A una la quise más que al otro y ahora me arrepiento porque el otro está muriendo y yo creo que, en parte, es por mi culpa. Se dio cuenta, es obvio. Se dio cuenta de que no lo quería tanto o de que a la otra la quería más y resulta que, ahora, me doy cuenta de que lo quiero mucho más de lo que él debe creer que lo quiero e, incluso, de lo que yo creía que lo quería. Hace casi 13 años que es mi gato. Y gracias a él me empezaron a gustar los gatos porque antes había tenido una perra y los felinos me daban miedo y desconfianza. Ahora siento que yo le gusto a ellos. A los gatos, quiero decir. Porque cuando los cruzo por la calle los llamo y me responden, me acerco y me ronronean. Quizá huelan que tengo gatos en casa aunque probablemente no imaginen que haya uno que se está muriendo y que yo no lo quise tanto como merecía o no le expresé lo suficiente lo mucho que yo lo quería. Lo que pasa es que no me daba cuenta.

 Seguramente eso pase todo el tiempo. En el mundo, me refiero. Que la gente quiere, mucho, intensamente, a veces, demasiado. Pero no lo dice; de repente, ni siquiera lo sabe. Y no se toma el tiempo de llamar por teléfono, de decir simplemente te quiero, te quiero tanto que hasta te necesito. Tampoco de preocuparse mucho por cómo está el otro, más allá del saludo, claro, del cómo andás todo bien, así, sin pausa, sin esperar siquiera respuesta. Si sabemos que a esa pregunta siempre se le miente. Ando bien, todo bárbaro, tranquilo. Y bárbaro, en realidad, es lo que te pasa adentro, porque hay una fuerza devoradora que te carcome y porque no podés hacer mucho al respecto. Entonces, claro, después pasan cosas. Pasa que se te está por morir el gato y vos creés que él cree que no lo quisiste. Y en realidad, sí, lo querías, desde hace 13 años, y lo que te carcome adentro es que se muera sin saberlo.

 Y entonces lo mimás y le hablás en diminutivo y te lo llevás a la cama y le dejás que duerma a tus pies o encima tuyo y, aunque te incomode, no te movés para no joderlo, para que no se crea que te lo querés sacar de encima, no sea cosa que se vaya antes de tiempo.

Tengo dos gatos y hay uno que está acá al lado mío, mientras escribo, soñando vaya a saber qué cosa, haciéndome pensar en eso, en lo que quiero y a los que quiero, y en qué tanto sabrán lo que me importan.